La Cámara de Diputados de la Nación
RESUELVE:
Expresar su reconocimiento a la trayectoria política y cultural del ilustre ciudadano, Héctor Agosti, al celebrarse el Centenario de su nacimiento.
FUNDAMENTOS
Señor presidente:
Héctor Agosti, nació en la Ciudad de Buenos Aires y pasó sus primeros años en el barrio porteño de Balvanera Sur. Cursó el ciclo primario en la Escuela Nº 17 del Consejo Escolar 1. Allí, desde edad temprana, se vinculó a la Biblioteca Obrera del Partido Socialista.
Su compromiso social y la cárcel
En 1925, ingresó al Colegio Nacional Mariano Moreno, y en 1929 ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y junto a otras personalidades, funda el grupo Insurrexit con el objetivo de introducir la idea del socialismo al interior de la Universidad, oponiendo a la difundida «Teoría de las generaciones» de Ortega y Gasset, el concepto de «lucha de clases».
Ocurrido el primer golpe de estado del siglo XX, caracterizado por la historia como de «olor a petróleo», por sus intereses con las corporaciones multinacionales del sector, Agosti es encarcelado por la dictadura Uriburista.
En 1932 la presión popular consigue liberarlo, pero ante el opresivo clima que se vive en el país, es obligado a exiliarse en la hermana República Oriental del Uruguay.
Es que su intensa actividad política, como miembro de la Juventud Comunista, en la década del ´30 le valió esas prisiones, que originaron importantes movimientos en reclamo de su libertad respaldados por personalidades de la talla de Lisandro de la Torre y Alfredo Palacios. Padeció también las desgracias de la Sección Especial de Represión al Comunismo y sus torturadores, que en aquel momento actuaban junto a grupos parapoliciales con total impunidad.
Su obra
En la cárcel escribió su primer libro, «El hombre prisionero», publicado por editorial Claridad en 1938, año en el cual se incorpora a la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y escritores (AIAPE), entidad que en 1941, lo designa como Secretario General.
En 1945 integra la redacción del diario crítica y del semanario Orientación y publica dos importantes libros: «Defensa del Realismo» e «Ingenieros, ciudadano de la juventud».
En 1952 funda con otros intelectuales la Casa de la Cultura Argentina y posteriormente escribirá otros libros fundamentales de su obra: «Cuaderno de bitácora» (1949), «Echeverría» (1951, reeditado en 2011 por el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini).
Y es allí donde organiza, junto con Carlos Alberto Erro, una campaña de homenaje a Esteban Echeverría que adquirirá dimensiones nacionales y durante la cual se publica su libro sobre el autor de Dogma Socialista.
En el transcurso de la década toma la dirección de la célebre publicación Cuadernos de Cultura, y avanza en su trabajo por la unidad de los intelectuales progresistas a través del Congreso Continental de la Cultura de 1953 y el Congreso Argentino de la Cultura en 1954.
En la segunda mitad de la década aparecen tres libros centrales en el desarrollo de su pensamiento: «Para una política de la cultura» (1956), «El mito liberal» (1959) y «Nación y Cultura» (1959).
Estos trabajos marcan un hito en las reflexiones intelectuales argentinas acerca de la nación, la complejidad de la democracia y las particularidades de la identidad cultural del país.
En al década de 1960, entre sus múltiples actividades viaja a Cuba como jurado del Premio Casa de las Américas.
En 1964 escribe «Tántalo recobrado», libro que recoge una serie de conferencias donde analiza las condiciones del humanismo marxista frente al humanismo cristiano, demostrando una vez más su intervención en todos los temas de debate que se colocaban en la agenda intelectual y política de su época.
El accionar de su vida se fundó en «integrar dialécticamente la democracia formal con la realidad de la democracia; basada ésta en un sistema de participación efectivo donde el pueblo desempeñe una función protagónica.»
Por eso es que durante la dictadura de Onganía, participó en la dirección del Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA), experiencia política que unió a peronistas, radicales, socialistas, comunistas, demócratas cristianos, entre otras personalidades unidas en pos de la construcción de una democracia real en el país.
Su prestigio lo traslada a dictar seminarios y conferencias en diferentes puntos del país y el mundo, y sus obras son traducidas a varios idiomas. Posteriormente creará: «La milicia literaria» (1969), «Aníbal Ponce, memoria y presencia» (1974), «Prosa política» (1975), «Las condiciones del realismo» (1975), «Ideología y cultura» (1979), «Cantar opinando» (1982) y «Mirar hacia delante» (1983).
Por esta prolífera, y profunda obra, cuando ya se avizoraba la derrota de la última dictadura militar, el 13 de junio de 1983, la Sociedad Argentina de Escritores le concedió el «Gran Premio de Honor de la SADE».
En la década del ´80, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos lo designa para integrar el Consejo de la Presidencia y la Mesa Directiva.
Sus actividades sólo se interrumpirán con su muerte física, el 29 de julio de 1984.
Su herencia intelectual
Agosti fue quien, en Argentina, incorporó las obras de Antonio Gramsci en español, tanto coordinando la traducción sistemática de sus trabajos como utilizando sus categorías analíticas para el estudio de la historia y la realidad tanto argentina como Americana.
Esta introducción del pensador italiano, en nuestro país se completó con la formación de jóvenes intelectuales en la perspectiva de un marxismo crítico y vivo. Entre sus discípulos se encuentran José Aricó o Juan Carlos Portantiero, entre otros relevantes intelectuales argentinos que dejaron huellas valiosas en el pensamiento nacional del siglo XX.
Su estrecha relación con Aníbal Ponce y su estudio sistemático del pensamiento de José Ingenieros y Esteban Echeverría, marcaron indudablemente las inquietudes de Agosti en su búsqueda una teoría general sobre los intelectuales y su inserción en las luchas por la transformación social.
En ese sentido reconoció tempranamente la relevancia del pensamiento y la acción de intelectuales revolucionarios como Julio Antonio Mella y José Carlos Mariátegui, incluso en momentos en los que los pensadores latinoamericanos no contaban con la gravitación que sí poseían los teóricos marxistas europeos.
En todos sus trabajos pueden encontrarse profundas reflexiones sobre «lo nacional-popular» como concepto central en los análisis político-culturales, los problemas de la realidad argentina, un profundo sentido del diálogo polémico con intelectuales de otras corrientes de pensamiento, como Jorge Luís Borges, Carlos Alberto Erro, Roberto Giusti, Ezequiel Martínez Estrada y Juan José Hernández Arregui, y un minucioso análisis de las particularidades del trabajo intelectual y «batalla de ideas».
Sus reflexiones, laboriosidad y espíritu de diálogo, le valieron el reconocimiento de personalidades de todas las corrientes políticas y de intelectuales latinoamericanos de la talla de Juan Marinello, Sergio Bagú, Volodia Teitelboim, Elvio Romero, Manuel Galich, Rodney Arismendi y Nicolás Guillén entre tantos otros.
Fue un ávido lector de los grandes pensadores de su tiempo, sin importar su inclinación política, hábito que le permitió siempre polemizar con sus pares y avanzar en iniciativas comunes con el objetivo de aunar los esfuerzos de la inteligencia argentina frente a los problemas coyunturales y estructurales del país.
Su concepción de la cultura como un proceso universal alimentado por las particularidades culturales de cada pueblo, le permitieron realizar importantes aportes en el rescate de nuestra «herencia cultural» como Nación, y valorar todo aquello que, aunque elaborado en otras latitudes, contribuyera al esclarecimiento de los fenómenos argentinos.
Su obra toda, es reconocida no sólo por sus libros sino también por las acciones concretas de su intensa labor política, es uno de los ejemplos más elevados que ha dado la intelectualidad argentina de izquierda durante el siglo XX.
Su vida, plena de apuestas por la libertad y la igualdad del género humano, estuvo poblada de fértiles realizaciones – su vasta obra intelectual y política- así como amargos costos provocados por su militancia rebelde e indoblegable.
La vigencia actual de sus ideas
Señor Presidente, el reconocimiento que abriga este proyecto no pretende limitarse a un mero acto de recordación formal. La finalidad del mismo es volver hacia la obra y acción de Agosti a fin de enriquecer basamentos ideológicos y culturales en tiempos actuales.
Hoy que en el mundo confrontan dos destinos: por un lado el del neoliberalismo, que sigue vivo en los países centrales e insiste en imponer su economía del dolor al conjunto de la humanidad y por el otro el de los pueblos que luchan por la reconstrucción total de sus estructuras, relaciones y cultura.
En América latina, las grandes mayorías populares y sus gobiernos están construyendo un nuevo futuro, a partir del reconocimiento de las derrotas pasadas sobre la Patria Grande. Y es allí donde el pensamiento de Héctor Agosti se convierte en «víspera del mañana», revistiéndose actual en los tiempos de cambios profundos que vive nuestra América.
La construcción de un proyecto colectivo que recoja y articule los diversos aportes progresistas y transformadores no podrá dejar de reconocer en Héctor Agosti y su obra un afluente fundamental y trascendente.
Él quizás como nadie comprendió que «La historia no es una suma de hechos aislados sino de procesos». Desentrañó las raíces de los pensamientos nacionales y latinoamericanos, con amplitud de miras. Esta convicción ideológica lo dotó de una gran capacidad para ejercer un diálogo franco y honesto con intelectuales y políticos de las más disímiles corrientes del pensamiento. De ellos también obtuvo el respeto porque veían en él a un comprometido militante de las ideas que no se sujetaba a los cánones del dogma o de la cerrazón.
Agosti pensó con empecinamiento altruista la cuestión nacional. En «Nación y Cultura» nos dice que: «cuando una cultura no representa o no sirve a los intereses nacionales de su pueblo, tanto en sus formas materiales como en sus formas espirituales, se produce una falta de correspondencia entre cultura y nación».
Por eso hoy que la esperanza de nuestros pueblos latinoamericanos vuelve a transitar por la política, es necesario traer su presencia para dar luz a nuestras luchas y a las generaciones futuras.
Así lo imaginó Agosti, cuando escribió: «Me veo ahora, una vez más, en el turbio café de Villa Luro, y una vez más converso con Aníbal Ponce, y una vez más comprendo que él comprende, y una vez más descubro que en su comprensión hay una especie de mandato de prolongar el trabajo común, de una generación a otra. Creo haber aportado mi cuota. Que sean los jóvenes quienes prosigan la tarea, una tarea nunca interrumpida pero que ahora anuncia, en la alborada de América, la claridad radiante de los tiempos nuevos».
Señor Presidente, hoy llegaron esos nuevos tiempos, y arribaron rescatando las mejores tradiciones y continuidades nacionales y populares de nuestra historia que, en definitiva, son el sostén de nuestro viaje emancipador.
Es por lo expuesto que solicitamos a nuestros pares la sanción de este justo Proyecto de Declaración
Firmantes: JUNIO, JUAN CARLOS – HELLER, CARLOS SALOMON – RAIMUNDI, CARLOS ALBERTO – HARISPE, GASTON.