En un debate televisivo de la campaña 2007 con los candidatos Daniel Filmus y Jorge Telerman, Mauricio Macri –a propósito de la política pública de transportes– disparaba con un énfasis cercano al grito:
“¿Somos idiotas que no podemos construir 15 kilómetros, de subte, por año? Nosotros tenemos que construir por lo menos 15 kilómetros, como hicieron los chilenos: 44 kilómetros en tres años y resolverle el problema a la gente.” Aquel fue uno de los tantos compromisos ampliamente incumplidos de Macri. Sus medidas revelan una clara direccionalidad, que lejos de constituir una expresión de una supuesta ineficacia ponen de manifiesto un avance significativo en la construcción de un modelo de ciudad elitista. ¿Por qué no concretó la construcción de los kilómetros de subte que, de no hacerse, nos ponía según Macri en el lugar de la idiotez? Tal vez por los mismos motivos que permiten entender que mientras subejecuta el presupuesto para la educación pública, transfiere muy eficazmente fondos públicos a escuelas privadas. O porque veta leyes vinculadas a derechos sociales y humanos. O porque entiende el espacio público como un lugar a prueba de pobres e indigentes, y veta la ley que prorrogaba el régimen de protección a las empresas recuperadas. El análisis de la política pública macrista replica sin fisuras la programática neoliberal conservadora. Es en esa línea en la que debe leerse la intempestiva decisión de Macri de borrar con el codo lo que firmó con la mano. La firma del traspaso, la decisión inmediata de incrementar la tarifa en un 127% y la posterior renuencia a asumir el compromiso –¡una vez más!– refleja las prioridades, valores e intereses que tiene esta derecha del siglo XXI.
Macri, lejos de ser un exponente aislado de una visión cavernaria, resulta una expresión local de un proyecto internacional que se revela en las políticas aplicadas en Grecia, Italia, Irlanda, Portugal, pero también en Chile, en Colombia y en su admirada España. Es un fiel representante del modelo que asoló a nuestros países en el último cuarto del siglo XX.
No es idiota ni ineficaz un gobierno que profundizó la brecha de la desigualdad en la Ciudad, que atacó de manera frontal aquellos ámbitos ligados a la vida de la ciudadanía (educación, salud, vivienda), y que afirma su oscurantismo cultural en la difusión de valores individualistas y discriminatorios. Lo hace desde su ideología, y con su habitual sentido utilitario de búsqueda permanente de ganancias electorales. Se trata de afirmar supuestas verdades, mientras hace lo contrario. Así es que defiende una política del consenso y tiene el récord de vetos de leyes votadas por sus propios legisladores. Promete colaborar con el gobierno nacional mientras ensaya los más diversos mecanismos para victimizarse, convirtiendo al gobierno y a la presidenta en la causa de sus incumplimientos. En el traspaso del subte y los colectivos agrega un rasgo de miserabilidad política, usando la tragedia de Once como pretexto y argumento para escaparse del compromiso de hacerse cargo del transporte. Respondiendo a la pregunta que se hace Macri a propósito de lo que “somos”, pudiera aseverarse: ni idiotas ni ineficientes. Neoliberales.
Nota de opinión publicada el 28 de marzo de 2012 en Tiempo Argentino.