Todavía resuenan las palabras que el jefe de gobierno pronunció el 9 de diciembre, con motivo de la asunción de su segundo mandato. No fue un discurso muy extenso, sin embargo contiene piezas notables que expresan la particular capacidad de Mauricio Macri para decirles cosas a los ciudadanos de nuestra ciudad contrarias a las que practica. Una interesante afirmación del ingeniero es la interpelación para que «respetemos las instituciones y la separación de poderes», desde su habitual podio republicanista.
Otro fragmento muy significativo de su alocución señalaba autocríticamente: «Hemos entendido que la visión meramente eficientista no es la visión correcta.
La tarea de conducir y administrar la Ciudad es una tarea humana.
De comprensión mutua, de acercamiento, de encuentro.
El verdadero valor de un gobierno, de un liderazgo, es su capacidad de mejorar la vida concreta de sus ciudadanos.» Asumiendo en su intervención la crisis que viene del epicentro del mundo capitalista, pone como eje de su gestión -que nos promete «más humana»-, el objetivo de «construir una sociedad más integrada socialmente.
La educación, la salud y el trabajo son los pilares fundamentales de este objetivo.» En suma, el discurso de Macri mantiene su tradicional pátina en defensa de la institucionalidad democrática, y nos dice que ha decidido abandonar sus acendrados enfoques eficientistas desprovistos de todo sentido social. Podría inferirse entonces que el hombre ha recapacitado, reconoce errores autocríticamente y está en un momento de gran viraje conceptual. Sin embargo, la realidad reaparece al primer paso, ya que cuando vemos sus acciones descubrimos inmediatamente el viejo truco del doble discurso y de palabras negadas por los hechos.
Acerca del respeto a la división de poderes, sus acciones desmienten mucho más de lo que afirman, cuando recorremos su actos gubernamentales en este rubro. En efecto, Macri ya vetó más de 80 leyes sancionadas por la Legislatura de la Ciudad.
Uno de los primeros y más recordados vetos fue el aplicado a la norma que creó el Laboratorio de Medicamentos Estatales, y siguieron decenas de nuevas impugnaciones para regulaciones que apuntaban a defender los derechos sociales y humanos. Se aprecia entonces que el particular republicanismo de Macri no resiste el análisis de las evidencias.
El último veto es particularmente significativo al revelar el contenido esencialmente reaccionario del pensamiento macrista: bajo excusas formales dejó sin efecto la Ley 4008 que prorrogaba por seis años el régimen de protección para las empresas recuperadas, gobernadas y gestionadas por sus propios trabajadores antes y después de la crisis de 2001. La significación de esta medida debe contemplarse en toda su dimensión ideológica, pues implica un ataque frontal a la producción y al empleo guiado por razones estrictamente ideológicas contradiciendo con sus hechos, una vez más , lo que afirma con sus palabras: su repulsión a todo lo que signifique gestión y participación social.
Macri habla de las prioridades de la salud, la educación y el trabajo pero al mismo tiempo reduce los presupuestos, los subejecuta a niveles inéditos, agudiza los problemas materiales de hospitales y escuelas por vías que combinan el abandono y nuevas formas de intervención del Estado.
Pero no es simplemente un «Estado ausente», sino un nuevo tipo de Estado que combina distintas dimensiones: como Estado Evaluador, como Estado Autoritario y como Estado Clientelar. En este sentido, es paradigmático el caso de la política educativa, pues allí el discurso brumoso se disipa al primer paso.
La vía del vaciamiento se expresa en la reducción y subjecución presupuestaria así como del incremento sustantivo de las transferencias a las instituciones escolares privadas. Pero además intenta reconfigurar el mapa de la educación en un sentido mercantilista, competitivo y autoritario.
En esa línea se inscribe la lógica de la «calidad educativa» como medición de resultados de operativos de evaluación estandarizados; la amenaza de la «evaluación docente» desde una visión tecnocrática o la reciente modificación de las Juntas de Clasificación y Disciplina, en su búsqueda obsesiva por liquidar conquistas de los trabajadores.
Macri combina de este modo un proyecto político que encarna las viejas prácticas de la derecha conservadora: cultura elitista, política pública que propicia una Ciudad para pocos y segmentada por clases sociales y dispositivos punteriles en los barrios y comunas, que hasta ahora le han dado ciertos resultados. No es posible prever su proyección en el tiempo, ya que su gobierno tiene legitimidad de origen por el voto popular, sin embargo, la mayor parte de la sociedad argentina ha revelado ya su rechazo a los valores y la ética promovida por esta Nueva Derecha.
Tal vez ese sea un motivo fundamental por el cual el «nuevo discurso» del ingeniero Macri debe negarse a sí mismo, a su propia esencia ideológica. Vale recuperar la sabia sentencia de Abraham Lincoln, quien nos advierte que se puede engañar a todos mucho tiempo, a muchos, todo el tiempo, pero no se puede engañar, a todos, todo el tiempo.