Nos encontramos en un momento apasionante. Por un lado, en la vieja Europa y Estados Unidos, se ha desatado una crisis profunda del sistema capitalista y la ideología neoliberal dominante. Es esta una crisis de enormes proporciones que abarca tanto la economía como la política y la cultura y sus principales valores. Todo está en revisión y su evolución futura puede tener consecuencias imprevisibles.
Un punto central de la crisis está dado, precisamente, en la flagrante contradicción de un sistema que genera una riqueza inconmensurable, apoyada en los grandes avances científicos creados por el hombre en su afán de progreso, pero a la vez es generador de una extraordinaria y patética fábrica de pobres, miserables y hambrientos sin precedentes.
Lejos estamos entonces de lograr una convivencia pacífica entre los pueblos. No puede haber paz sin justicia, sin el respeto por el derecho de cada pueblo a disponer de su territorio y su propio Estado, de sus tradiciones religiosas y culturales. Ningún pueblo de la tierra debe ser excluido de este derecho. Y todos tenemos la responsabilidad de proteger ese derecho a la vida colectiva en su tierra y su comunidad.
Pero a la par de este panorama extremadamente grave y preocupante, también aparecen expresiones de lo nuevo que alimentan nuestra esperanza, en particular los procesos transformadores y emancipatorios que tienen lugar en nuestra región de América latina y el Caribe.
En este lugar del mundo se están produciendo cambios notables, como consecuencia de la voluntad política de los pueblos y sus gobiernos por fortalecer la integración regional americana, generar trabajo digno, promover la inclusión social, redistribuir las riquezas, garantizar la salud y la educación para todos y asegurar el goce de los derechos humanos y las libertades públicas.
Con matices, hay un proceso en marcha cuyo mensaje trascendente puede sintetizarse en la siguiente expresión: no sólo es necesario concebir un nuevo paradigma de organización social y política, sino que es posible, por lo tanto es un gran desafío que vale la pena aceptar.